miércoles, 18 de noviembre de 2015

amor y futbol

AMOR Y FUTBOL

                   AMOR   Y   FÚTBOL                        
MAS QUE UN SENTIMIENTO EL FÚTBOL ES UNA PASIÓN QUE SE LLEVA EN LA SANGRE, EL FÚTBOL ES UN SENTIMIENTO MAS POR QUE EL AMOR HACIA TU EQUIPO FAVORITO ES UN SENTIMIENTO MAS POR QUE TU EQUIPO LO DA TODO EN LA CANCHA ...

Para algunos, lo esencial del fútbol es que haya emoción y espectáculo. Para otros, en cambio, basta la efectividad traducida en goles. Hay quien disfruta el “juego fuerte”, la polémica, e incluso que se llegue a los empujones. Para unos cuantos lo que cuenta es el negocio. Podríamos preguntarnos, entonces, ¿cuál es el elemento esencial, lo más característico de este deporte que atrae y entretiene a millones de personas en el mundo? Interesante pero, al fin y al cabo, trivial.
        Hay preguntas, en cambio, que cada persona se debe plantear. De esas respuestas, sí depende mucho.
        ¿Qué es lo esencial del amor? La pregunta es válida e ineludible porque nos interesa a todos; ésta no es materia sólo para aficionados. El amor, en sus variadas acepciones, romperme todas nuestras relaciones: con Dios, con el marido y la mujer, con los padres y los hijos, con los amigos, los conciudadanos… e incluso con los desconocidos.
        Entonces, ¿qué es lo esencial del amor? ¿Qué hace que el amor sea precisamente amor? No es una cuestión teórica, algo que “se sabe” o se encuentra en un libro. Es algo que hay que experimentar, vivir en primera persona.
        Así lo hacen, por ejemplo, muchos jóvenes que van como voluntarios a Calcuta para colaborar con las “hermanas de la caridad”, las hijas de Madre Teresa. Son personas “de primer mundo” que, al embarcarse en esta aventura, se dan cuenta de que en realidad no lo tienen todo si no son capaces de dar; aprenden que en la vida no se trata tanto de dar de lo que tienen, sino sobre todo de dar lo que son, de darse a sí mismos. Allí perciben que los pobres no sólo necesitan pan, sino sobre todo amor: sentirse tratados con cariño, mirados, abrazados, acompañados, queridos por alguien. Muchos de ellos experimentan en primera persona que es cierto eso de “hay más alegría en dar que en recibir”, que cuando das no pierdes, sino al contrario, te enriqueces más.
        El amor no es sentimiento, no es tener buenas intenciones. Amar no es dar de lo que nos sobra. Para amar no bastan las palabras. Amor es donación. En el matrimonio o en la vida consagrada, en cualquier etapa de la vida, en tiempos fáciles y difíciles, si queremos medir nuestro amor, veamos si estamos pensando en el otro y buscando su bien, antes que el de nosotros mismos.
        Cuando somos capaces de entregarnos, de sacrificarnos, de darnos con alegría y hasta que duela, entonces hemos encontrado lo esencial del amor.¦

Y entonces resolví asistir al estadio. Como era un encuentro más sonado que todos los anteriores, tuve que irme temprano. Confieso que nunca en mi vida he llegado tan temprano a ninguna parte y que de ninguna tampoco he salido tan agotado. Alfonso y Germán no tomaron nunca la iniciativa de convertirme a esa religión dominical del fútbol, con todo y que ellos debieron sospechar que alguna vez me iba a convertir en ese energúmeno, limpio de cualquier barniz que pueda ser considerado como el último rastro de civilización, que fui ayer en las graderías del municipal. El primer instante de lucidez en que caí en la cuenta de que estaba convertido en un hincha intempestivo, fue cuando advertí que durante toda mi vida había tenido algo de que muchas veces me había ufanado y que ayer me estorbaba de una manera inaceptable: el sentido del ridículo. Ahora me explico por qué esos caballeros habitualmente tan almidonados, se sienten como un calamar en su tinta cuando se colocan, con todas las de la ley, su gorrita a varios colores.
Es que con ese sólo gesto, quedan automáticamente convertidos en otras personas, como si la gorrita no fuera sino el uniforme de una nueva personalidad. No sé si mi matrícula de hincha esté todavía demasiado fresca para permitirme ciertas observaciones personales acerca del partido de ayer, pero como ya hemos quedado de acuerdo en que una de las condiciones esenciales del hinchaje es la pérdida absoluta y aceptada del sentido del ridículo, voy a decir lo que vi –o lo que creí ver ayer tarde– para darme el lujo de empezar bien temprano a meter esas patas deportivas que bien guardadas me tenía. En primer término, me pareció que el Junior dominó a Millonariosdesde el primer momento. Si la línea blanca que divide la cancha en dos mitades significa algo, mi afirmación anterior es cierta, puesto que muy pocas veces pudo estar la bola, en el primer tiempo, dentro de la mitad correspondiente a la portería del Junior. (¿Qué tal va mi debut como comentarista de fútbol?).
Por otra parte, si los jugadores del Junior no hubieran sido ciertamente jugadores sino escritores, me parece que el maestro Heleno habría sido un extraordinario autor de novelas policíacas. Su sentido del cálculo, sus reposados movimientos de investigador y finalmente sus desenlaces rápidos y sorpresivos le otorgan suficientes méritos para ser el creador de un nuevo detective para la novelística de policía. Haroldo, por su parte, habría sido una especie de Marcelino Menéndez y Pelayo, con esa facilidad que tiene el brasileño para estar en todas partes a la vez y en todas ellas trabajando, atendiendo simultáneamente a once señores, como si de lo que se tratara no fuera de colocar un gol sino de escribir todos los mamotretos que don Marcelino escribiera.
Berascochea habría sido, ni más ni menos, un autor fecundo, pero así hubiera escrito setecientos tomos, todos ellos habrían sido acerca de la importancia de las cabezas de alfiler. Y qué gran crítico de artes habría sido Dos Santos –que ayer se portó como cuatro– cortándole el paso a todos los escribidorcillos que pretendieran llegar, así fuera con los mayores esfuerzos, a la portería de la inmortalidad. De Latour habría escrito versos. Inspirados poemas de largometraje, cosa que no podría decirse de Ary. Porque de Ary no puede decirse nada, ya que sus compañeros del Junior no le dieron oportunidad de demostrar al menos sus más modestas condiciones literarias.
Y esto por no entrar con los Millonarios, cuyo gran Di Stéfano, si de algo sabe, es de retórica. No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago –públicamente– a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora, es convertir a alguien. Y creo que va a ser a mi distinguido amigo, el doctor Albeldadero Reyes, a quien voy a convidar a las graderías del Municipal en el primer partido de la segunda vuelta, con el propósito de que no siga siendo –desde el punto de vista deportivo– la oveja descarriada.

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